Terminada la ceremonia, le es magnánimamente permitido al pueblo que se regocije en la fiesta de los monarcas. Innumerables masas -medio París queda despoblado- se derraman por los jardines de Versalles. Por la noche, el fuego de artificio, el más soberbio que se haya visto jamás en una corte real. Pero el cielo, por su propia cuenta, prepara también luminarias. Por la tarde se amontonan tenebrosas nubes anunciando desgracias; estalla una tormenta; cae un espantoso aguacero, y el pueblo, privado del espectáculo, se precipita hacia París en rudo tumulto. Detrás de las ventanas de la recién construida salle de spectacle, iluminada por muchos millares de bujías. comienza el gran banquete de bodas, según un ceremonial tradicional que ningún huracán ni ningún temblor de tierra pueden alterar. Seis mil invitados, elegidos entre la nobleza, han luchado con gran afán por obtener tarjetas de invitación, cierto que no para comer con el rey, sino únicamente para poder contemplar respetuosamente, desde la galería. cómo los veintidós miembros de la Casa Real se llevan a la boca cuchillo y tenedor. Los seis mil asistentes contienen el aliento para no perturbar la excelsitud de este gran espectáculo; sólo, delicada y veladamente, una orquesta de ochenta músicos, desde las arcadas de mármol, acompaña con Bus Bones el banquete regio. Después, recibiendo honores de la guardia francesa. toda la famiha real atraviesa por medio de las filas, humildemente inclinadas. de la nobleza: las solemnidades oficiales están terminadas y el regio novio no tiene ahora ningún otro deber que cumplir sino el de cualquier otro marido. Con la delfina a la derecha y el delfín a la izquierda. el rey conduce al dormitorio a la infantil pareja (juntos los dos suman apenas treinta años). Mas aun hasta la cámara real penetra la etiqueta, pues ¿quién otro sino el propio rey de Francia en persona podría entregar al heredero del trono la camisa de dormir, y quién sino la dama de categoría más alta y más recientemente casada, en este caso la duquesa de Chartres, podría dar la suya a la delfina? En cuanto al tálamo mismo fuera de los novios sólo a una persona le es lícito acercarse a él: el arzobispo de Reims. que lo bendice e hisopea con agua bendita.
Por fin abandona la corte aquel recinto íntimo: por primera vez, Luis y María Antonieta se quedan conyugalmente solos. y las cortinas del dosel del lecho se cierran. crujientes. en torno de ellos: telón de brocado de una invisible tragedia.
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